La eterna espera
I
Hoy es 10 de febrero a las 6:00 de la tarde. El crepúsculo tocaba su puerta para invitarle a disfrutar del último vuelo del día.
Qué ganas tenía de huir con él, pensaba mientras vestía su seco y delgado cuerpo con las manos tristes de dolor. Se preguntaba dónde estaba el sol, hacía mucho que no lo veía. Su mirada era gris y escasa.
Se dirigió al recibidor antiguo, empolvado y con una planta seca y un baúl viejo y desgastado. Se sentó para ponerse los zapatos, cogió las llaves y salió de su casa para reunirse con la soledad en el bar anónimo de la esquina a la misma hora de siempre.
Se sentó cerca de la ventana en la mesa que le reservaban en silencio los camareros. No hacían preguntas.
Era la eterna espera en un bar. Entre matices y miradas tristes se formaba una imagen de infelicidad, con piel de lino y aroma elegante... con la mirada ausente.
La espera iluminada de vacíos sentimientos en su cita con ella. Emociones encontradas.
La soledad de las últimas luces se perdía en el ruido de las voces esperando una cita que no llegaría. Luces de agonía de brillo amargo, mostraban el ocaso.
La espera.
Veía su mirada ausente mientras la luz traspasaba el cristal, iluminando su tristeza, frustrando sus sueños. Desánimo del perdedor.
Se perdía constantemente con el ruido de las voces y risas. Había dejado la mente en vacía con la mirada ahogada entre copas del whiskey más barato para emborrachar sus penas reviviendo recuerdos, dolor.
Le habían secuestrado el sol de la sonrisa, ya no había color.
Sabía que la espera sería eterna. No habría día en que la soledad le dejara algo de voluntad.
II
Lo he visto varios días cuando paseo por esa calle, miro a través del cristal y está ahí derrotado, abandonado, destruido.
Curiosamente he quedado con un par de amigas en ese bar. El bar anónimo del hombre triste sentado en la mesa que mira a la ventana.
Me acerqué al misterioso hombre sin dudarlo y me senté a su lado sin hablar. Pareciera que me hablaba con la mirada. Sentía su dolor.
Levanta su vaso de whiskey, me mira fijamente y me dice: "Hoy, soledad lleva tu nombre".
Le regalé una sonrisa tímida y le pregunté por qué solía sentarse en esa mesa todos los días a la misma hora.
III
Hace más de un año perdí a mi esposa y a mis hijos en un trágico accidente después de haber estado conviviendo con ellos en este bar a la misma hora que suelo venir.
Vengo cada día para no olvidar las últimas risas que compartimos, haciéndome creer que si lo hago podré volver el tiempo y cambiar el destino.
Pero hoy mi destino has sido tú, mi ángel, que con un soplo de compasión has venido a salvarme la poca brisa de vida que prometía apagarse hoy entre pastillas, abrazado por las sábanas que un día fueron un regazo de amor.
Por: NidGaMa
Historias secuestradas
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